Cuando llueve, todos se mojan

José Miguel Stegmeier S.

Director CPC Biobío 

Hemos tenido un otoño e inicio de invierno con fuertes y continuas precipitaciones, y tal como decimos en el campo, «cuando llueve, todos se mojan» y me refiero a que todos quienes nos dedicamos a la agricultura, hemos sufrido consecuencias, algunos de carácter menor, pero muchos productores, daños severos. 

Las inundaciones afectan en primer lugar las viviendas rurales y las instalaciones, como, asimismo, complican las labores cotidianas, siendo el manejo del ganado lo más complejo. Igualmente, la saturación hídrica de los suelos retrasa las cosechas que se efectúan en estas fechas, como la remolacha azucarera, achicoria industrial, hortalizas y lo que nos resta de maíz. 

La saturación de los suelos tampoco permite realizar los preparativos para aquellas siembras de cultivos anuales y praderas, que ya están en su tiempo. Nuestras redes de conducción del agua para riego están con daños y embancamientos. Adicionalmente, existen caminos secundarios muy deteriorados lo que conlleva a inconvenientes en la conectividad, dificultando el traslado de las personas y también los insumos y forrajes que se requieren. 

Ante este escenario, es prioritario disponer de ayudas inmediatas de forrajes, lo que en parte ya está ocurriendo por el accionar del Ministerio de Agricultura. Pero también, es imperativo implementar políticas de financiamiento tanto para hacer las reparaciones pertinentes, como para sembrar los diversos cultivos de esta temporada. Apelamos a que la banca y otras instituciones financieras, reaccionen con celeridad y puedan ofrecer aquellos créditos y también renegociaciones en condiciones adecuadas a la realidad que estamos viviendo. 

Pero la otra cara de la medalla de tan intensas precipitaciones, nos da esperanza. La acumulación de nieve en la cordillera, la recuperación de las napas freáticas y el aumento de nivel del Lago Laja, están asegurando el abastecimiento de agua futura para Biobío, tanto para consumo humano como para riego.

Lo que sí lamentamos, es que no dispongamos de más embalses que puedan retener estas aguas de invierno para ser usadas cada verano. Al no contar con suficiente infraestructura de almacenaje, esta riqueza hídrica fluye de inmediato al mar, perdiendo su condición de agua dulce, que es como más le sirve al ser humano y al medio ambiente.

Es una obligación del Estado y de la sociedad en general, considerar la construcción de embalses como una de las políticas públicas prioritarias y planificarlos como obras multifuncionales, es decir, que además de mitigar y almacenar las aguas de las crecidas invernales de los ríos y así moderar las inundaciones y poder regar, sean espejos de agua diseñados para el turismo, la generación de energía y la disposición de recursos hídricos para combatir incendios.

Consolidar este anhelo, sería la política pública más efectiva y útil para adaptarnos al cambio climático y para asegurar los alimentos y el bienestar de todos los chilenos.

Columna publicada en Diario El Sur 

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